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  • Foto del escritorSantiago Zubieta Davezies

Actualizado: 30 sept 2020

La crítica en arquitectura, es un campo de estudio desarrollado a partir de la modernidad, en tanto subcampo constituido por un importante y diverso andamiaje teórico enfocado inicialmente, en los problemas estéticos, funcionales, espaciales y tecnológicos relativos a la valoración de las obras arquitectónicas.

La crítica en arquitectura en su formación, se sostuvo en los estrictos límites de la disciplina, en cuanto a definir los métodos de interrogación de las obras, en tanto artefactos técnicos sobre los cuales se piensan las decisiones tomadas en su programación, diseño y ejecución, y la forma en que estos artefactos se desenvuelven en el medio social donde se han insertado.

Veamos algunas posiciones al respecto.

El arquitecto catalán Josep María Montaner (1999), ha contribuido a ejemplificar los dominios que la crítica ha experimentado desde su formación, a partir de importantes estados del arte sobre las perspectivas históricas y filosóficas que han sido utilizadas en el transcurso de la formación de la crítica en arquitectura. Si bien Montaner hace énfasis en la perspectiva esteticista que ha rodeado a la crítica tradicional desde su formación, deja claro que la crítica necesariamente debe ampliar su espectro de preocupaciones. “[…]. La crítica debe aclarar qué obras responden a móviles más especulativos y de dominación y cuáles surgen como expresión de las necesidades colectivas. […].” (Ibíd.: 20).

Desde otro contexto, el arquitecto estadounidense Ole W. Fischer (2012) menciona que hay al menos dos enfoques divergentes dentro de los debates académicos que se llaman “críticos” en arquitectura: el primero se apoya en la idea de la autonomía de la disciplina con respecto a factores externos como la sociedad, la función o la significación histórica; lo cual se basaría en un modelo lingüísticamente postestructuralista que interpreta los elementos arquitectónicos como sistemas de signos autorreferenciales. El segundo argumento es el que a grandes rasgos se opone a la reificación, a la fetichización de los objetos arquitectónicos, y se esfuerza por buscar estrategias para eludir la presión de la mercantilización visual de la industria de la cultura y de la imagen, en la etapa tardía del capitalismo.

El concepto de autonomía como precondición para la función crítica de las artes deriva pues, de la estética moderna, desde Kant hasta Adorno, con lo específico de que en arquitectura, a diferencia de las artes, existen determinantes a satisfacer en tanto necesidades vitales, como la utilidad, la economía y la función.

Fischer recupera al crítico italiano Manfredo Tafuri, cuando se apoya en la Teoría Crítica, sosteniendo que toda clase de producción dentro del orden capitalista, incluida la producción arquitectónica y urbana, sería siempre contingente e instrumentalizada, por lo que la crítica también debe luchar por generar sus dimensiones de autonomía respecto de los poderes externos.

Sobre la producción arquitectónica de carácter contingente e instrumentalizada en el capitalismo, el filósofo japonés Kojin Karatani (1995) alerta que no es coherente hablar de arquitectura por sí misma si no se contextualizan las problemáticas, derivadas de las cuestiones del urbanismo en relación con los efectos que la industrialización tiene en las regiones marginales del neoliberalismo, lo cual es producto de políticas económicas generales, que producen formas de injusticia global asociada a los proyectos arquitectónicos de las ciudades, en especial de las ciudades en expansión, a medida que el espacio arquitectónico queda en manos de la tecnocracia mundial.

Karatani advierte que las metáforas arquitectónicas han sido ampliamente utilizadas en los discursos del estructuralismo y postestructuralismo, discursos que caen en el riesgo de unificar a las sociedades como si éstas sostuvieran entre ellas un discurso unívoco y libre de conflictos. Karatani no niega que la arquitectura sea efectivamente una forma de comunicación, aunque a diferencia de las visiones de raíz estructuralista, cree que esta comunicación está condicionada a producirse sin reglas comunes.

El sector dominante del entramado teórico de crítica en arquitectura, tiene su origen en la modernidad, y está identificado con el estado de situación del pensamiento científico en general del periodo. El francés Jean Nicolas Louis Durand (1760 - 1834) a inicios del siglo XIX, inició el modelo discursivo que sería dominante en los siglos siguientes, modelo dado por una teoría de la arquitectura del racionalismo positivista que juzga el valor de las obras por su utilidad pragmática y eficiencia. Durand pensó que al arquitecto no le debería interesar el significado de su obra en tanto éste, sea muestra de su valor tecnológico y práctico; por lo que a partir de aquí hacia el devenir de la modernidad, la teoría de la arquitectura se haría especializada, autorreferencial e instrumental (Pérez-Gómez, 1980).

Así pues, la funcionalización moderna de la teoría, transforma a la arquitectura en un instrumento parcelado, técnico y disciplinar, lo cual promueve la condición instrumental de la crítica.

La organización de la ciencia en disciplinas científicas autónomas se instituye definitivamente en el siglo XIX, la función de las disciplinas es desde entonces organizar el conocimiento científico, organizar la división del trabajo basada en éste y asimismo organizar su ascendente especialización. Estas funciones de la disciplina hacen que por sí mismas, posean y tiendan hacia una fuerte compartimentación y tendencia a la autonomía, al constituirse ellas, en dominios de competencias específicas (Morin, 2002).

Este proceso sin duda, ha tenido su aspecto positivo, ha posibilitado entre otras cosas, el desarrollo mismo de las ciencias a partir de sus procesos históricos de formación; sin embargo, también ha implicado un riesgo, el de la hiperespecialización y el de la cosificación de los objetos científicos, hasta convertirlos en objetos autosuficientes. En esa tradición, el espíritu disciplinario, sentado en sus bases, se ha transformado en un espíritu cuasi propietario de su oficio, a partir de lo cual, prohíbe o ve como falta de seriedad incursiones extranjeras.

En la historia de las ciencias no sólo se ha generado un proceso de formación de disciplinas autónomas, en especial en la era moderna, sino sobre todo de rupturas disciplinarias a partir de su extensión hacia otras ramas del saber (por ejemplo la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss habría sido imposible sin la lingüística estructural de Roman Jakobson; la biología molecular recuperó problemas de la termodinámica y de la organización física para proyectarlos a los organismos biológicos, en esos esfuerzos participó el físico Erwin Schrödinger) (Ibíd.).

Esto se debe a que según la experiencia histórica, en determinados casos fuera de los márgenes de la disciplina, se ha hecho posible observar problemas de esas mismas disciplinas, pero que desde ellas, compartimentadas, el problema se hacía invisible.

La palabra “crítica” proviene del griego krinein, que significa separar, dividir, hacer distinción. Así pues, la crítica responde interpelativamente a tipos de incompletudes o contradicciones específicas, de parte de la diversidad de factores que componen la realidad y la forma en que son gestionados por la teoría.

Según las características de la relación entre crítica y autocrítica, respecto a sus métodos de acción sobre las dimensiones de la realidad, la crítica se convierte en una fuerza motriz del desarrollo, de la teoría y de la práctica, y de sus efectos en la realidad a partir de la contingencia y la creatividad; pero también según las condiciones, la crítica cuando se hace tradicional, cuando deviene en crisis, se convierte en una fuerza recesiva del desarrollo.

La crítica y la autocrítica deben entrar en el juego dialéctico donde interactuan las dimensiones de la realidad, las cuales se manifiestan en contradicciones específicas; pero es tal la diversidad de esas contradicciones, que éstas deben por sus relaciones, clasificarse en alguna forma de ordenamiento, en una disciplina científica, que abarque ya sea la dinámica de lo económico, lo institucional, lo estético, técnico, ingenieril, etcétera.

Desde el enfoque complejo, es necesario considerar a la sociedad, como una super-archi-mega-máquina, no artificial y no trivial (Morin, 1995), una máquina hipercompleja que cambia de constitución mientras funciona, y la cual, a diferencia de las máquinas triviales y convencionales, no permite saber con certeza todos los outputs resultantes a partir de inputs más o menos conocidos. La máquina trivial artificial cuyo soporte se encuentra en la ciencia moderna, no puede tolerar el desorden, no tiene generatividad propia; en cambio la máquina no trivial, social, y también la máquina biológica, tienen al desorden y la generatividad como su forma de ser.

La complejidad estudiada por el filósofo francés Edgar Morin demostró que los sistemas biológicos poseen un grado mayor de aleatoriedad que los sistemas mecánicos clásicos, por ejemplo, es bien conocido el carácter aleatorio de las mutaciones genéticas. Y de hecho esa aleatoriedad es mucho mayor en los sistemas que son de más alta complejidad como los sistemas culturales y sociales.

Así pues, es ese árbol de sistemas, mecánicos, biológicos, culturales y sociales donde se producen y reproducen, los sistemas arquitectónicos y urbanos.

La crítica y la teoría de la arquitectura han evolucionado según el condicionamiento económico y social donde se han insertado, por lo que han tenido históricamente el carácter partidario determinado por sus intelectuales, carácter clasista sustentado en los contenidos ideológicos que expresan valores, en especial los valores de las clases dominantes.

Para una crítica compleja entonces, es necesario ubicar a la arquitectura y al urbanismo, como sistemas que están de hecho, condicionados por la complejidad de la vida social, pero también por la base económica y la superestructura ideológica de la sociedad, por el estado de desarrollo de éstas, que son los frentes donde surgen los sistemas de intereses, de los grupos que generan y sustentan ciertos tipos de intervenciones arquitectónicas y urbanas, y de crítica al respecto (Segre, 1982).

El horizonte de la crítica arquitectónica hacia la complejidad, se muestra como el curso necesario a seguir por su historia, en el marco del curso de la historia de las ciencias, enfocadas desde el paradigma de la apertura transdisciplinaria e intercultural, el espíritu de partido que es propio de las ciencias en su proceso social e institucional, y en especial en las ciencias humanas. Entonces, metódicamente, es necesario analizar los procesos sociales y las relaciones de producción, que hacen de mediadoras entre la práctica y la teoría en arquitectura.



BIBLIOGRAFÍA

  • FISCHER, Ole W. (2012). Architecture, Capitalism and Criticality. En: CRYSLER, C. Greig (Editor). The SAGE Handbook of Architectural Theory. 1st Edition. London: SAGE Publications Ltd.

  • KARATANI, Kojin (1995). Architecture as Metaphor: language, number, money. 1st Edition. London: The MIT Press Cambridge, Massachusetts.

  • MONTANER, Josep María (1999). Arquitectura y crítica. 2da Edición. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • MORIN, Edgar (1995). Sociología. 1era Edición. Madrid: Editorial Tecnos.

  • MORIN, Edgar (2002). Inter-pluri-transdisciplinariedad. En: La cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento. 1era Edición. Buenos Aires: Nueva Visión.

  • PÉREZ-GÓMEZ, Alberto (1980). La génesis y superación del funcionalismo en arquitectura. 1era Edición. México: Editorial Limusa.

  • SEGRE, Roberto y CÁRDENAS, Eliana (1982). Crítica arquitectónica. Colegio de Arquitectos de Pichincha y Facultad de Arquitectura y Urbanismo (CAE – FAU). 1era Edición. Quito: Editorial Fraga.

  • Foto del escritorSantiago Zubieta Davezies

Actualizado: 20 sept 2020

El patrimonio histórico como narrativa, se instituye como tal en la modernidad, en la modernidad en su versión desarrollista, globalizatoria y neoliberal. Veamos.

El arquitecto y teórico italiano Aldo Rossi (1992), al pensar en la individualidad de los hechos urbanos y arquitectónicos, recupera la noción de locus, a partir de la cual, propone interpretar la ciudad, como el locus de la memoria colectiva. En psicología, el locus es en efecto, aquello que hace referencia a las percepciones de las personas, en relación a la localización de los agentes causales de sus acontecimientos en la vida cotidiana, es decir, la forma en que el sujeto percibe los orígenes de sus conductas, eventos y comportamientos.

La relación entre el locus y las personas, se encuentra para Rossi, en la imagen preeminente de la arquitectura y el paisaje, como hechos que vuelven en lo recurrente, a ingresar en la memoria, como hechos que se forman y crecen en la ciudad, y que hacen que las grandes ideas del pasado recorran su historia, la historia de la ciudad, y las ideas que se construyen sobre ésta.

Las ciudades bolivianas de Sucre y Potosí, formaron desde sus orígenes coloniales, una unidad territorial vinculada económica y administrativamente; unidad desarrollada como tal, bajo el paradigma de la modernidad en su versión fundacional, colonizadora, y productora de ciudades y centros de usufructo del capitalismo colonial de entonces impuesto desde los escenarios europeos hacia sus enclaves de conquista; y que en lo posterior, con el transcurso de los siglos, y ya en el escenario de las independencias nacionales, harían de reflejo de una nueva versión de la modernidad, como modernidad tardía en este caso, a partir del discurso conservacionista y del buen uso del patrimonio histórico.

Potosí. Óleo de Gaspar Miguel de Berrío, Siglo XVIII


“[…]. La Modernidad nace realmente en el 1492: esa es nuestra tesis. […]” afirma Dussel (2000: 50), cuando piensa en el origen de la mundialización del globo desde un giro descolonizador, mundialización dada en efecto, a partir de la organización de facto, del mundo colonial y del usufructo de sus víctimas. Así pues, desde esa interconexión global abierta hacia el atlántico, en tal cometido, la fundación de ciudades y asentamientos en América, aun en sus dificultades por las características de las empresas coloniales, conformarían para la humanidad, uno de los emprendimientos humanos y culturales, más importantes de su historia (Benavides Solís, 2013).

Según las leyes coloniales españolas, de existir una ciudad cercana, no era posible crear otra de la misma categoría, por lo que Potosí no obtuvo el rango de ciudad, y fue sólo una villa, más no una villa cualquiera, sino, una “Villa Imperial” cuya razón de ser fue la explotación del Cerro Rico, “el cerro que se come a los hombres”.

Así pues, en la jerarquía de las poblaciones urbanas, la ciudad fungía de centro principal, y su rol era el de organizar el entorno; sin embargo Potosí fue durante mucho tiempo, ni siquiera una villa sino un asiento minero, y nunca tuvo una fundación formal, por lo que no obtendría la categoría de ciudad como sí lo hizo su vecina, la entonces Villa de La Plata, hoy Sucre (Medinaceli, 2011).

La Villa de La Plata, que encuentra su locus o razón de ser en Potosí, sí fue fundada, incluyendo los beneficios que significaba ello en términos de planificación urbana; obtuvo el rango de ciudad en 1553, y su función era administrativa, pues en ella residían los altos funcionarios de la corona, el presidente de la Audiencia, los Oidores, y la alta clase eclesiástica, por lo que lo selecto de esa población vivía en esta ciudad, mientras que los mineros ricos, y los trabajadores de las minas, especialmente indígenas desarraigados, vivían en Potosí.


Así pues, ambos asentamientos, Potosí y La Plata, conformaron un conjunto territorial que se complementaba, el primero a partir de la producción minera del Cerro Rico y de las minas de Porco, y el segundo a partir de las actividades administrativas subsecuentes.

Las Leyes de Indias fueron los soportes institucionales para consolidar los códigos, leyes y esquemas urbanos de las nuevas ciudades. El Consejo de Indias como alto tribunal de justicia, se encargaba de fiscalizar la política económica y elaborar las normas en general, entre ellas, las de carácter urbano, de tal modo, este urbanismo inicial en La Plata, a diferencia de Potosí, sería un escenario propicio para tal intervención, y presentaría un alto grado de racionalización, diseño y planificación (Zilbeti Gonzáles, 2002). En Potosí, recién con la llegada del Virrey Toledo en 1572, se empezaron a establecer las políticas y directrices que incluían los espacios urbanos, que a partir de entonces, harían parecer al poblado como verdaderamente una villa, mandando la apertura de calles, y generando la forma física que en el futuro tendría.

En el siglo XIX vendrían las independencias nacionales, generándose en el transcurso de esos años, nuevas formas arquitectónicas y urbanas. Renacentismo, barroco y neoclasicismo formarían superpuestos y mestizos, la imagen colonial de la relación territorial entre Sucre y Potosí.

Sin embargo los esfuerzos por la patrimonialización de las ciudades, como valor discursivo, y como modelo de desarrollo, son menos antiguos y se darían recién, en las últimas décadas del siglo XX.

La Merced. Sucre


Fotografía: Gabriel Campos


Institucionalmente, el proceso de inscripción, protección, conservación, gestión y manejo del patrimonio fue iniciado en 1978, y ha permitido hasta el momento, la inscripción por parte de la UNESCO, de treinta y cinco centros históricos latinoamericanos (dos en Bolivia, Potosí y Sucre), ubicados en trece distintos países. En ese tránsito, no son sólo los valores intrínsecos o los fines académicos, los que hacen que los bienes culturales o naturales sean inscritos como patrimonio de la humanidad, sino en especial, las gestiones, intereses y las capacidades institucionales de los países aspirantes (Benavides Solís, op cit.).

En concreto, la situación patrimonial de Potosí se inscribe en monumentos específicos, entre ellos el prominente, el Cerro Rico, mientras que en Sucre involucra al conjunto urbano del centro histórico, lo cual genera impactos directos a parte de la población civil, además de una dinámica social específica en torno al patrimonio.

Mientras tanto, las nominaciones y títulos para las ciudades históricas (Sucre Ciudad Blanca de América, Ciudad Arquitectónica y Monumental, Ciudad Monumento de América, Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad), han servido de legitimación del discurso patrimonial, como formas de producción de identidad e imagen simbólica, generando para las ciudades patrimoniales, distinciones y marcas para explotar, considerando al conservacionismo y la ideología del patrimonio, como parte de un modelo de desarrollo sobrentendiendo para ello, su aceptación social.

Con los años, han surgido situaciones en donde ese interés de conservación histórico, ha entrado en pugna con demandas sobre nuevas necesidades de sectores de la población, surgiendo conflictos respecto a los bienes inmuebles y sus necesidades de transformaciones físicas y espaciales, que son a su vez, efecto de nuevas características socioeconómicas para las ciudades.


Arquitectónicamente, entre las faltas al patrimonio se encuentran las construcciones clandestinas, el realizar modificaciones a proyectos aprobados, y en especial, las demoliciones. Incluso instituciones, universidades y órganos del Estado, las últimas décadas han realizado intervenciones edilicias fuera de norma, las cuales de alguna forma se han regularizado en el transcurso.

En efecto la principal amenaza en Sucre y Potosí respecto al patrimonio, radica en el riesgo de perder la distinción de Patrimonio Cultural de la Humanidad. En específico en Sucre, el centro histórico sufre de transformaciones lentas en su configuración arquitectónica, lo cual a la larga, a partir de malas intervenciones acumuladas, harían posible la pérdida de la distinción. Por su parte Potosí, ha sido calificado como patrimonio en riesgo por parte de la UNESCO en 2014, debido al deterioro físico del Cerro Rico, a consecuencia de los casi quinientos años de explotación que lleva consigo y que continúa en la actualidad.

A esto se suman los problemas de gestión, entre los cuales se encuentra la pérdida del apoyo institucional de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en Sucre, y con ella sus planes de conservación y rehabilitación; mientras que en Potosí, el Plan de Rehabilitación de Áreas Históricas de Potosí (PRAHP) cerró en 2009.

Sin embargo a pesar de los problemas, el patrimonio en su trasfondo, como ideología, posee características propias, que son introducidas en la memoria a medida que se reproducen por la narrativa histórica y por los medios de comunicación.

Ideología que ayuda a establecer en la cultura popular, que el reconocimiento de la UNESCO, como institución que "monopoliza" las competencias culturales, debe reforzar el orgullo ciudadano, al ser “un privilegio” vivir en ciudades galardonadas, y cargadas de valores históricos, paisajísticos y culturales que es necesario conservar.

Fotografía: ABI


Pensar que el desarrollo de estas ciudades está cifrado en la conservación de su patrimonio, significa pensar en el turismo y en las actividades económicas que genera éste. Incluso desde voces académicas, se habla de paradigmas desarrollistas como la economía naranja, que se funda en la explotación de los bienes derivados de la propiedad intelectual y de las industrias culturales.

El turismo y la tematización de las ciudades evidentemente, son algunos de los efectos buscados a partir de las nominaciones patrimoniales; sin embargo como toda industria, el turismo no es una industria totalmente blanca. Como recuerdan Montaner y Muxi (2013), el turismo es muy proclive en sus lugares de implantación, a generar trabajos precarios y de temporada (trabajo basura) para quienes no tienen acceso al turismo ni al ocio, produce miradas indiferentes a los problemas reales, genera falta de lazos sociales y conciencia política, genera disposiciones en los turistas a que la ciudad esté a sus pies, conforma ciudadanos de segunda, y en especial promueve la falta de distribución social de los beneficios del turismo.

Una lectura crítica del patrimonio, puede ser incorporada al debate sobre los trasfondos sociales subsecuentes, que escasamente se representan en las lecturas tradicionales; lo cual no transgrede las valoraciones propiamente arquitectónicas y artísticas, pues los valores creativos de la técnica en su condición de logro del ingenio humano, en sus múltiples manifestaciones, son producto de un amplio saber formalizado, de derecho propio, cuya utilización sin embargo, a costa de ella, a pesar de ella, se inserta en un determinado sustrato social.


La ideología del patrimonio se basa en una doble determinación, en una dialéctica, en dos tipos de valores discursivos indisociables, que son, por un lado, el discurso en torno al valor cultural, y por otro, el discurso en torno al valor histórico. Sin estas dos determinaciones no es posible entender el patrimonio arquitectónico como discurso, y observamos con regularidad, que cualquier referencia a él, abarcará necesariamente ambas determinaciones, lo cultural y lo histórico.

Por otra parte, una relación pragmática, de necesidad histórica, envuelve a la ideología del patrimonio, en otra relación también indisociable, que se produce en torno a las ideas nacionalistas ligadas a los monumentos patrimonializables.

En efecto la ideología del patrimonio desde su valor histórico, establece una relación particular con la temporalidad, desplegando, oportunamente con los paradigmas nacientes de la modernidad, un proyecto humanista, basado en el culto, la empresa y la industria de la cultura. El patrimonio entonces con su andamiaje discursivo, se incorpora instrumentalmente en el apoyo del “sentimiento nacional”, con las voces cohesionadoras e identitarias que le corresponden.

En el recorrido histórico fundacional del patrimonialismo, fue Francia en el siglo XVIII, quien dio origen al modelo administrativo, jurídico y técnico apropiado para la explotación de las coyunturas patrimoniales (Choay, 2007). Desde entonces, a partir de conceptos de filiación e identidad, los países buscan en los yacimientos de su historia, herramientas para mejorar su futuro, por medio de la unidad entre las ideologías patrimonialista y nacionalista, que según el caso, según los calores de la historia y de la dinámica social, derivan con potencialidad, en ideologías discriminantes hacia lo que es diferente, o hacia lo que es "no nacional" (Absi y Cruz, op cit.).

Fotografía: Gabriel Campos


En el siglo XX la ideología del patrimonio se institucionaliza oficialmente de la mano de la UNESCO, e ingresa en el amplio paraguas de los paradigmas civilizatorios universalizantes provistos por la globalización neoliberal, irradiada en sus formas culturales, desde los países centrales.

Esto significa que desde sus orígenes, el patrimonio nace y se entiende desde el horizonte occidentalizante planteado con la Ilustración, con el horizonte civilizatorio, modernizador, basado en la razón, en el progreso sin límites, con la aplanadora del liberalismo, sobre las cuales las experiencias locales han contribuido poco, sea en el enriquecimiento, o en la actualización de esas normas universales de medición de la cultura.

Así pues, los monumentos históricos pueden demostrar cabalmente otra contradicción, un doble estatus, pues por un lado son obras dispensadoras de saber y placer, de la inventiva técnica, y por otro lado son productos culturales fabricados, embalados y difundidos para el consumo, y logran pasar del valor de uso al valor de cambio por medio de una “ingeniería cultural” de coste público y privado. En el patrimonio, “Las reconstrucciones «históricas» o fantasiosas, las destrucciones arbitrarias, las restauraciones disimuladas han llegado a ser las maneras habituales de valorizar. […]” (Choay, op cit.: 196).

El patrimonio no es un estado connatural correspondiente a ciertas obras naturales, arquitectónicas o urbanas, o a su belleza intrínseca, sino un estado de situación en las relaciones sociales en las que están insertas, de sus continiudades históricas, de sus modelos de desarrollo, sus discursivas, sus locus y sentidos de época; y su concepción como tal no es un motivo a subestimar, sea cual sea la situación existencial que tengamos para con él, para con sus productos técnicos y artísticos, que son a fin de cuentas productos de su técnica, de su historia, de la ciudad y del locus de su memoria colectiva.


BIBLIOGRAFÍA

  • ABSI, Pascale y CRUZ, Pablo. Patrimonio, ideología y sociedad: miradas desde Bolivia y Potosí. En: https://www.researchgate.net/publication/277774468_Patrimonio_ideologia_y_sociedad_Miradas_desde _Bolivia_y_Potosi, 2005.

  • BENAVIDES SOLÍS, Jorge. Las ciudades históricas iberoamericanas: características y peculiaridades de su gestión. En: Contenidos y metodología de los planes de gestión de ciudades históricas iberoamericanas, con especial referencia a las del patrimonio mundial. Encuentro de Trabajo ICOMOS-ESPAÑA, Madrid 20 - 25 mayo 2013.

  • CHOAY, Françoise (2007). Alegoría del patrimonio. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • DUSSEL, Enrique (2000). Europa, modernidad y eurocentrismo. En: LANDER, Edgardo (comp.). La colonialidad del saber: Eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

  • MEDINACELI, Ximena (2011). Potosí y La Plata: La experiencia de la ciudad andina (siglos XVI y XVII). En: EICHMANN, Andrés e INCH, Marcela (Editores). La construcción de lo urbano en Potosí y La Plata (siglos XVI y XVII). Sucre: Ministerio de Cultura de España – Subdirección de los Archivos Estatales – Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia – Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia.

  • MONTANER, Josep María y MUXÍ Zaida (2013). Arquitectura y política: ensayos para mundos alternativos. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • ROSSI, Aldo (1992). La arquitectura de la ciudad. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • ZILBETI GONZÁLES, Juan (2002). Evolución urbana de la ciudad de Sucre. Sucre: Imprenta Qori Llama, 2002.


Actualizado: 18 feb 2021

La experiencia vivida, la producción de identidad y el usufructo sostenible de la naturaleza, son las narrativas de reivindicación de la arquitectura vernácula, una vez que ésta, en su singularidad, desarrolla su contenido y su objeto de estudio en la reflexión teórica sobre la arquitectura.

La arquitectura de la “ruralidad”, de las periferias del capitalismo, del precapitalismo, de la formación vernácula, se interpreta –en la corriente dominante– como la arquitectura de los valores de la memoria local, de las regiones inconclusas de lo planetario, de las expresiones materiales y espirituales, del diálogo orgánico con la naturaleza.


Viviendas de la comunidad rural fronteriza Uyuni “K” (Llica). Departamento de Potosí, Bolivia.


En términos globales, el legado de la Ilustración, del liberalismo, del paradigma del progreso sin límites y del cientificismo de sus doctrinas, ha posicionado a la arquitectura de lo vernáculo, en lo exótico del mainstream o “corriente dominante” de la disciplina, de su cientificismo, de su teoría. Corriente dominante que –como parte del conflicto cultural, inscrito en la historiografía moderna principalmente occidental– sitúa a lo vernáculo en el subdesarrollo, en lo anticuado, en lo elemental, en lo tradicional, en lo no profesional (Brown y Maudlin, 2012).


Comunidad rural fronteriza Buena Vista, Río Itenez (Magdalena). Departamento de Beni, Bolivia.


Recién en la modernidad globalizatoria, entre otras cosas, bajo la lógica cultural del capitalismo avanzado (Jameson, 1991), se ha considerado al posmodernismo –por su postura en torno al pluralismo de la modernidad tardía–, como el contenedor de las narrativas que defienden en mayor o menor medida, la importancia del lugar, de la experiencia vivida y de la tradición local en arquitectura.

El lugar, el terruño, lo tradicional, su espacio fenomenológico vivencial, la experiencia de la conciencia de Hegel, el contenedor existencial del debate formalista –en el marco de la discursiva arquitectónica de la modernidad– deviene pues, en contrapuesto al legado ortodoxo moderno, que entendió la arquitectura, como consecuencia directa, mercantilista, de la producción industrial, de la realidad tecnológica cotidiana, de la “máquina para vivir”, de la “máquina para trabajar”.


Viviendas y escuela de la comunidad rural fronteriza Vuelta Grande (San Joaquín), Pueblo Indígena Moré. Departamento de Beni, Bolivia.


El determinismo funcional y la coherencia entre el sitio, la estructura y los materiales, son características en efecto, de la arquitectura vernácula popular. Su rol de autoconstrucción, la hace una arquitectura de lo circunstancial, “sin arquitectos”, bajo criterios estéticos de “pureza de la forma”, “verdad de materiales” y “economía de medios”. Productos auténticos de lugares y personas específicas, de gente común y corriente, de tradiciones indígenas, latinoamericanas, de tradiciones ancestrales, de saberes técnicos que son también existenciales.


Parque Nacional Sajama (Curahuara de Carangas). Departamento de Oruro, Bolivia.



Condiciones objetivas para la arquitectura vernácula popular, serían, entre otras, la superposición de tecnologías constructivas, las tecnologías primarias como reflejo socioeconómico y cultural, la generación de “arquitecturas espontáneas” edificadas por “no expertos”, la construcción artesanal con materiales de la región, el uso paulatino de materiales mercantiles e industriales, y finalmente, una producción edilicia en general, que denota las estrechas condiciones económicas de la masa de la población.


Escuela de la comunidad rural fronteriza San Borja, Río Blanco (Magdalena). Departamento de Beni, Bolivia.


De tal modo la discursiva vernácula que impregna en la teoría dominante, la construye principalmente, a través del impacto cultural; en su capacidad de formar una totalidad de valores humanos, desde la perspectiva sin embargo, de la lógica occidental de la urbanidad, de lo eurocéntrico, de lo liberal, de la distinción entre lo moderno y lo tradicional, que se niega a ver también en lo vernáculo, una formación que puede ser problemática en lo social, que coexiste a su vez con la modernidad.


Viviendas de maestros de la comunidad rural fronteriza Chacoma (Llica). Departamento de Potosí, Bolivia.


Así pues en sus orígenes occidentales, la expresión "arquitectura vernácula" proviene de Inglaterra, para referirse a las construcciones marcadas por el terruño (Choay, 2007); por lo que en lo dominante, el discurso vernacular, no estaría libre de alusiones culturológicas, de alegorías que observan en la cultura, una clase especial de fenómenos que pueden desmarcarse de su totalidad.

Así pues, las formas discursivas de la promoción cultural, la industria de la exoticidad, no se complementan, necesariamente, problemáticamente, con las situaciones materiales, y con la condición social de las realidades locales, con sus aspiraciones, con sus contrariedades históricas y potenciales.


Vivienda de la comunidad rural fronteriza Alta Vista (San Matías). Departamento de Santa Cruz, Bolivia.


En Latinoamérica como en Bolivia, la arquitectura vernácula de la ruralidad, está en mayor o menor medida, vinculada con los flujos comerciales, con los flujos urbano regionales, con lo abigarrado de la modernidad, con la herencia colonial, con el mercado informal. Por lo que la arquitectura vernácula de la ruralidad, expone también las características y dificultades de la formación precapitalista en general (Amin, 1981); es decir, del precapitalismo comunal, que se inserta en el capitalismo periférico del estado nacional, para insertarse de alguna manera, en el capitalismo central, en su versión global.


Viviendas de la comunidad rural Tentayape (Muyupampa), Pueblo Indígena Guaraní. Departamento de Chuquisaca, Bolivia.


Ahora bien, en su generalidad, el constructor vernáculo no es un asalariado más, que trabaja para el capital, sino un autoconstructor, es dueño parcial de las condiciones de su producción, con las cuales establece su diálogo con la naturaleza: el uso de materiales locales pues, como la arcilla, la piedra, la madera, la paja o el motacú, generan un tipo de mediación entre la naturaleza y el autoconstructor, campesino o indígena, que lo hace parcialmente autónomo de las relaciones asalariadas y mercantiles de la modernidad, aunque subsumido a ellas, las dominantes, las que imponen las formas estructurales del trabajo social en la periferia del capital.


Escuela y viviendas de la comunidad rural Oromomo (San Ignacio de Moxos). Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro - Sécure (TIPNIS). Departamento de Beni, Bolivia.


Así pues, el proceso práctico de la arquitectura vernácula, está en mayor o menor medida, invadido por la modernidad, por el uso pragmático de los procedimientos, tecnologías y materiales, propios del mundo de las mercancías: ladrillos, cemento, vidrio, calamina, electricidad, etcétera, que ingresan de a poco en el dominio de lo vernáculo, para mutarse en él, a medida que se introduce en el sentido común, la esperanza de la modernidad, la ilusión de prosperidad, el “mito del desarrollo”, la “construcción con material”.

E ahí, pues, la tensión presente en la producción consciente de la identidad cultural (Touraine, 1997), es decir, la forma en que verdaderamente se puede construir una identidad autónoma y ancestral, a medida que se participa activamente en los bienes instrumentales de la modernidad, en la distribución eficiente de sus bienes y oportunidades.


Escuela de la comunidad rural fronteriza Puerto Pérez, Río Madre de Dios (Ixiamas). Departamento de La Paz, Bolivia.



BIBLIOGRAFÍA:

  • Amin, Samir (1981). La acumulación a escala mundial: crítica de la teoría del subdesarrollo. México: Siglo XXI Editores.

  • Brown, Robert y Maudlin, Daniel (2012). Concepts of Vernacular Architecture. En: Crysler, C. Greig (Editor). The SAGE Handbook of Architectural Theory. London: SAGE Publications Ltd.

  • Choay, Françoise (2007). Alegoría del patrimonio. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • Jameson, Fredric (1991). El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona: Paidós.

  • Touraine, Alain (1997). ¿Podremos vivir juntos?. México: Fondo de Cultura Económica.



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