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  • Foto del escritorSantiago Zubieta Davezies

ARQUITECTURA Y CRÍTICA

Actualizado: 30 sept 2020

La crítica en arquitectura, es un campo de estudio desarrollado a partir de la modernidad, en tanto subcampo constituido por un importante y diverso andamiaje teórico enfocado inicialmente, en los problemas estéticos, funcionales, espaciales y tecnológicos relativos a la valoración de las obras arquitectónicas.

La crítica en arquitectura en su formación, se sostuvo en los estrictos límites de la disciplina, en cuanto a definir los métodos de interrogación de las obras, en tanto artefactos técnicos sobre los cuales se piensan las decisiones tomadas en su programación, diseño y ejecución, y la forma en que estos artefactos se desenvuelven en el medio social donde se han insertado.

Veamos algunas posiciones al respecto.

El arquitecto catalán Josep María Montaner (1999), ha contribuido a ejemplificar los dominios que la crítica ha experimentado desde su formación, a partir de importantes estados del arte sobre las perspectivas históricas y filosóficas que han sido utilizadas en el transcurso de la formación de la crítica en arquitectura. Si bien Montaner hace énfasis en la perspectiva esteticista que ha rodeado a la crítica tradicional desde su formación, deja claro que la crítica necesariamente debe ampliar su espectro de preocupaciones. “[…]. La crítica debe aclarar qué obras responden a móviles más especulativos y de dominación y cuáles surgen como expresión de las necesidades colectivas. […].” (Ibíd.: 20).

Desde otro contexto, el arquitecto estadounidense Ole W. Fischer (2012) menciona que hay al menos dos enfoques divergentes dentro de los debates académicos que se llaman “críticos” en arquitectura: el primero se apoya en la idea de la autonomía de la disciplina con respecto a factores externos como la sociedad, la función o la significación histórica; lo cual se basaría en un modelo lingüísticamente postestructuralista que interpreta los elementos arquitectónicos como sistemas de signos autorreferenciales. El segundo argumento es el que a grandes rasgos se opone a la reificación, a la fetichización de los objetos arquitectónicos, y se esfuerza por buscar estrategias para eludir la presión de la mercantilización visual de la industria de la cultura y de la imagen, en la etapa tardía del capitalismo.

El concepto de autonomía como precondición para la función crítica de las artes deriva pues, de la estética moderna, desde Kant hasta Adorno, con lo específico de que en arquitectura, a diferencia de las artes, existen determinantes a satisfacer en tanto necesidades vitales, como la utilidad, la economía y la función.

Fischer recupera al crítico italiano Manfredo Tafuri, cuando se apoya en la Teoría Crítica, sosteniendo que toda clase de producción dentro del orden capitalista, incluida la producción arquitectónica y urbana, sería siempre contingente e instrumentalizada, por lo que la crítica también debe luchar por generar sus dimensiones de autonomía respecto de los poderes externos.

Sobre la producción arquitectónica de carácter contingente e instrumentalizada en el capitalismo, el filósofo japonés Kojin Karatani (1995) alerta que no es coherente hablar de arquitectura por sí misma si no se contextualizan las problemáticas, derivadas de las cuestiones del urbanismo en relación con los efectos que la industrialización tiene en las regiones marginales del neoliberalismo, lo cual es producto de políticas económicas generales, que producen formas de injusticia global asociada a los proyectos arquitectónicos de las ciudades, en especial de las ciudades en expansión, a medida que el espacio arquitectónico queda en manos de la tecnocracia mundial.

Karatani advierte que las metáforas arquitectónicas han sido ampliamente utilizadas en los discursos del estructuralismo y postestructuralismo, discursos que caen en el riesgo de unificar a las sociedades como si éstas sostuvieran entre ellas un discurso unívoco y libre de conflictos. Karatani no niega que la arquitectura sea efectivamente una forma de comunicación, aunque a diferencia de las visiones de raíz estructuralista, cree que esta comunicación está condicionada a producirse sin reglas comunes.

El sector dominante del entramado teórico de crítica en arquitectura, tiene su origen en la modernidad, y está identificado con el estado de situación del pensamiento científico en general del periodo. El francés Jean Nicolas Louis Durand (1760 - 1834) a inicios del siglo XIX, inició el modelo discursivo que sería dominante en los siglos siguientes, modelo dado por una teoría de la arquitectura del racionalismo positivista que juzga el valor de las obras por su utilidad pragmática y eficiencia. Durand pensó que al arquitecto no le debería interesar el significado de su obra en tanto éste, sea muestra de su valor tecnológico y práctico; por lo que a partir de aquí hacia el devenir de la modernidad, la teoría de la arquitectura se haría especializada, autorreferencial e instrumental (Pérez-Gómez, 1980).

Así pues, la funcionalización moderna de la teoría, transforma a la arquitectura en un instrumento parcelado, técnico y disciplinar, lo cual promueve la condición instrumental de la crítica.

La organización de la ciencia en disciplinas científicas autónomas se instituye definitivamente en el siglo XIX, la función de las disciplinas es desde entonces organizar el conocimiento científico, organizar la división del trabajo basada en éste y asimismo organizar su ascendente especialización. Estas funciones de la disciplina hacen que por sí mismas, posean y tiendan hacia una fuerte compartimentación y tendencia a la autonomía, al constituirse ellas, en dominios de competencias específicas (Morin, 2002).

Este proceso sin duda, ha tenido su aspecto positivo, ha posibilitado entre otras cosas, el desarrollo mismo de las ciencias a partir de sus procesos históricos de formación; sin embargo, también ha implicado un riesgo, el de la hiperespecialización y el de la cosificación de los objetos científicos, hasta convertirlos en objetos autosuficientes. En esa tradición, el espíritu disciplinario, sentado en sus bases, se ha transformado en un espíritu cuasi propietario de su oficio, a partir de lo cual, prohíbe o ve como falta de seriedad incursiones extranjeras.

En la historia de las ciencias no sólo se ha generado un proceso de formación de disciplinas autónomas, en especial en la era moderna, sino sobre todo de rupturas disciplinarias a partir de su extensión hacia otras ramas del saber (por ejemplo la antropología estructural de Claude Lévi-Strauss habría sido imposible sin la lingüística estructural de Roman Jakobson; la biología molecular recuperó problemas de la termodinámica y de la organización física para proyectarlos a los organismos biológicos, en esos esfuerzos participó el físico Erwin Schrödinger) (Ibíd.).

Esto se debe a que según la experiencia histórica, en determinados casos fuera de los márgenes de la disciplina, se ha hecho posible observar problemas de esas mismas disciplinas, pero que desde ellas, compartimentadas, el problema se hacía invisible.

La palabra “crítica” proviene del griego krinein, que significa separar, dividir, hacer distinción. Así pues, la crítica responde interpelativamente a tipos de incompletudes o contradicciones específicas, de parte de la diversidad de factores que componen la realidad y la forma en que son gestionados por la teoría.

Según las características de la relación entre crítica y autocrítica, respecto a sus métodos de acción sobre las dimensiones de la realidad, la crítica se convierte en una fuerza motriz del desarrollo, de la teoría y de la práctica, y de sus efectos en la realidad a partir de la contingencia y la creatividad; pero también según las condiciones, la crítica cuando se hace tradicional, cuando deviene en crisis, se convierte en una fuerza recesiva del desarrollo.

La crítica y la autocrítica deben entrar en el juego dialéctico donde interactuan las dimensiones de la realidad, las cuales se manifiestan en contradicciones específicas; pero es tal la diversidad de esas contradicciones, que éstas deben por sus relaciones, clasificarse en alguna forma de ordenamiento, en una disciplina científica, que abarque ya sea la dinámica de lo económico, lo institucional, lo estético, técnico, ingenieril, etcétera.

Desde el enfoque complejo, es necesario considerar a la sociedad, como una super-archi-mega-máquina, no artificial y no trivial (Morin, 1995), una máquina hipercompleja que cambia de constitución mientras funciona, y la cual, a diferencia de las máquinas triviales y convencionales, no permite saber con certeza todos los outputs resultantes a partir de inputs más o menos conocidos. La máquina trivial artificial cuyo soporte se encuentra en la ciencia moderna, no puede tolerar el desorden, no tiene generatividad propia; en cambio la máquina no trivial, social, y también la máquina biológica, tienen al desorden y la generatividad como su forma de ser.

La complejidad estudiada por el filósofo francés Edgar Morin demostró que los sistemas biológicos poseen un grado mayor de aleatoriedad que los sistemas mecánicos clásicos, por ejemplo, es bien conocido el carácter aleatorio de las mutaciones genéticas. Y de hecho esa aleatoriedad es mucho mayor en los sistemas que son de más alta complejidad como los sistemas culturales y sociales.

Así pues, es ese árbol de sistemas, mecánicos, biológicos, culturales y sociales donde se producen y reproducen, los sistemas arquitectónicos y urbanos.

La crítica y la teoría de la arquitectura han evolucionado según el condicionamiento económico y social donde se han insertado, por lo que han tenido históricamente el carácter partidario determinado por sus intelectuales, carácter clasista sustentado en los contenidos ideológicos que expresan valores, en especial los valores de las clases dominantes.

Para una crítica compleja entonces, es necesario ubicar a la arquitectura y al urbanismo, como sistemas que están de hecho, condicionados por la complejidad de la vida social, pero también por la base económica y la superestructura ideológica de la sociedad, por el estado de desarrollo de éstas, que son los frentes donde surgen los sistemas de intereses, de los grupos que generan y sustentan ciertos tipos de intervenciones arquitectónicas y urbanas, y de crítica al respecto (Segre, 1982).

El horizonte de la crítica arquitectónica hacia la complejidad, se muestra como el curso necesario a seguir por su historia, en el marco del curso de la historia de las ciencias, enfocadas desde el paradigma de la apertura transdisciplinaria e intercultural, el espíritu de partido que es propio de las ciencias en su proceso social e institucional, y en especial en las ciencias humanas. Entonces, metódicamente, es necesario analizar los procesos sociales y las relaciones de producción, que hacen de mediadoras entre la práctica y la teoría en arquitectura.



BIBLIOGRAFÍA

  • FISCHER, Ole W. (2012). Architecture, Capitalism and Criticality. En: CRYSLER, C. Greig (Editor). The SAGE Handbook of Architectural Theory. 1st Edition. London: SAGE Publications Ltd.

  • KARATANI, Kojin (1995). Architecture as Metaphor: language, number, money. 1st Edition. London: The MIT Press Cambridge, Massachusetts.

  • MONTANER, Josep María (1999). Arquitectura y crítica. 2da Edición. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

  • MORIN, Edgar (1995). Sociología. 1era Edición. Madrid: Editorial Tecnos.

  • MORIN, Edgar (2002). Inter-pluri-transdisciplinariedad. En: La cabeza bien puesta. Repensar la reforma. Reformar el pensamiento. 1era Edición. Buenos Aires: Nueva Visión.

  • PÉREZ-GÓMEZ, Alberto (1980). La génesis y superación del funcionalismo en arquitectura. 1era Edición. México: Editorial Limusa.

  • SEGRE, Roberto y CÁRDENAS, Eliana (1982). Crítica arquitectónica. Colegio de Arquitectos de Pichincha y Facultad de Arquitectura y Urbanismo (CAE – FAU). 1era Edición. Quito: Editorial Fraga.

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